jueves, 1 de agosto de 2013

El Santo del Siglo de las Luces: San Alfonso María de Liguori. (I)

Catedral de Bosch,
Holanda
San Alfonso María de Liguori, obispo, fundador, Doctor de la Iglesia. 1 de agosto.

Introducción.
Como a muchos santos célebres a San Alfonso le ha tocado ser desfigurado por sus primeros biógrafos. Muchos creen conocerlo y dicen a su vez manifiestas falsedades contra verdades. Con frecuencia han hecho de el un hombre angustiado, devorado por sus escrúpulos, siendo así que fue un hombre particularmente equilibrado, incluso si, como todo anciano, conoció al fin de su vida problemas psíquicos unidos a su edad excepcionalmente avanzada. Lo han presentado como un abogado distraído que perdió un gran proceso por un olvido, siendo así que fue un profesional cuya competencia era reconocida en todas las cortes de Europa, pero que fue víctima de una maquinación política.

También han hecho de él un fundador arrojado de la Congregación que había fundado cuando, por el contrario, siendo siempre amado de sus hermanos fue víctima de la lucha que sostenía el rey de Nápoles y el Soberano Pontífice de Roma. No fue puesto a las puertas de su Instituto, si no que este fue partido en dos por decisión del Papa en 1780: Efectivamente Pio VI rechazó el reconocimiento de de las casas situadas en el Reino de Nápoles. Alfonso, hasta su muerte, sufrió esta separación anunciando la próxima reunificación de su Congregación. Posteriormente el Papa lamentaría “haber echo sufrir a un santo”. Se ha hablado de él como el hombre del temor, el predicador de la muerte y del infierno, siendo así que fue un hombre sonriente que con frecuencia repetía el estribillo de San Felipe Neri (26 de mayo): “Allegramente!”, “¡sean alegres!”. San Alfonso no es el personaje que se imagina, no era el hombre del temor, al contario era el hombre de la misericordia y de la confianza. Si se tuviera que hablar de la alegría y esperanza en la Iglesia del siglo XVIII sin duda se citaría a San Alfonso. El Cardenal Albino Luciani, futuro Papa Juan Pablo I, en una Carta acerca de San Alfonso dirigida a todos los sacerdotes de su diócesis escribió: “Sonreía espléndidamente por que era un santo”.

Apóstol laico
Nació en Marianella, pequeña villa de cerca de Nápoles, el 27 de septiembre de 1696. En la casa de los Liguori hay una explosión de gozo: Don José y Doña Ana, su esposa, casados en la primavera del año anterior, abrazan a su primer hijo. Se cuenta que un amigo de la familia, un jesuita, San Francisco de Jerónimo (4 de mayo), profetizó en su cuna: “Este niño vivirá mucho, llegara a anciano, no morirá antes de los 90 años. Será obispo y hará grandes cosas por Dios”. Todos señalan las dotes del niño. Sus padres velarán para que fructifiquen. Confían su hijo a un preceptor escogido entre los mejores. Gaetano Greco le enseña la música; Solimena, el último gran maestro de la pintura barroca napolitana, lo inicia en el manejo de los pinceles y el secreto de los colores. A los 12 años entra en la Real Universidad de Nápoles. A los 16 años y medio recibe el título de doctor en Derecho Civil y en Derecho Eclesiástico. Por añadidura lleva consigo todo un nombre: a los 14 años recibe la espada de plata de los caballeros y en adelante participara en la gestión de los asuntos municipales. 

Óleo pintado por San Alfonso
A los 20 años, es elegido como juez para toda la ciudad. Caballero, juez, abogado, ocupa su lugar en los rangos mas elevados de la sociedad. Igualmente es un hombre universal: versado en literatura, matemáticas, física, astronomía y filosofía, sin olvidar las bellas artes. Escribe poemas, dibuja con talento, pinta cuadros de Cristo y de la Madonna y en todo se ve el artista seguro de su oficio. Pero en música escribe Rey-Mermet, tendrá: “la categoría de un maestro reconocido quien deja sembrados sus poemas y melodías en el folklore del pueblo mas cantador del mundo…”. Incluso, pasados los 60 años, compondrá un Duetto para voces y cuerdas que se editaría en Viena, Paris y Roma. Su música se encuentra grabada en discos, en programa de conciertos, pasa por las ondas de radio, y de pronto sale a la superficie en la melodía de algún film. Y todo discretamente, a veces sin “firma”, pero es él. Y los conocedores lo reconocen.

Alfonso es un hombre de su tiempo. Esta familiarizado con René Descartes, cuyas obra conoce y quien deja huella en su espíritu. Por eso, el rigor de su método, su gusto por las ideas claras, su respeto por la libertad de la conciencia, su confianza en la razón y su voluntad de hacerse comprender de todos. Siempre sin olvidar el lado practico de lo que él escribe. En este momento de su vida no se puede mirar a Alfonso sin recordar las palabras de San Ireneo (28 de junio): “La Gloria de Dios es el hombre pletórico de vida”. Alfonso es ese hombre rebosante de vida, y su existencia, una existencia caldeada por la Pasión de Cristo, pues es un laico enraizado en el mundo, es un hombre de fe: un “fiel” que alimenta su fe y la irradia. Desde muy niño, en las rodillas de su Madre, aprendió a rezar, a amar a Jesús y a María, los dos grandes amores de su vida. Ya adulto, a los 18 años su padre lo lleva en su compañía a un primer retiro cerrado. Muy pronto toma la costumbre de visitar cada día al Santísimo Sacramento y a la Virgen María. Para ese tiempo de oración escoge la iglesia donde esta expuesto el Santísimo Sacramento, y terminada su adoración va a otra iglesia a rezar a la Virgen.

¿No será posible que piense en ser sacerdote? ¡De ningún modo! Es verdad que desde los 18 años hace con regularidad cada año retiro cerrados. Tiene un fervor que llenaría de envidia a muchos sacerdotes que lo observan, según su biógrafo Antonio María Tannoia. Entonces, ¿Por qué no sueña en ser sacerdote? Sencillamente por que en esta época ya hay mas de 10 000 en sólo la ciudad de Nápoles. Y en este caso, ¿para que un sacerdote más? En cambio, ¿no tendría necesidad la Iglesia de un abogado cristiano más, de un apóstol laico más? Manifiestamente, Alfonso ha elegido ser este apóstol laico. Parece que no hay otra explicación en el hecho de que en 1722 se compromete por el voto al “celibato por el Reino”. Tomando en serio las palabras de Cristo al joven rico, renuncia explícitamente a su derecho de primogenitura en favor de su hermano Hércules. Alfonso se da, se da a Dios y a los hombres, sus hermanos.

Lo primero en su casa: en su proceso de canonización, el padre Tannoia, señalara como el joven Alfonso convirtió a su esclavo musulmán Abdallah: “Yo sé - según el decir de don Cayetano y de don Hércules de Liguori - que el Siervo de Dios, joven ya maduro, era modelo de virtud cristiana para todos especialmente para los suyos. Al ser su padre capitán de galeras y teniendo a su servicio muchos esclavos, destino uno para el Siervo de Dios. Poco después el esclavo expreso que quería ser cristiano sin que nadie se lo hubiera insinuado. Al preguntársele cómo y por qué había tomado tal resolución, respondió: 'El ejemplo de mi amo es lo que me ha movido; no puede ser falsa esa religión que hace que mi amo viva con tanta honestidad, piedad y tanta humanidad para conmigo'". 

En sus relaciones con sus amigos: San Alfonso tiene amigos en su vida que cuentan y mucho. Ante todo son sus amigos fieles, compañeros de oración con quienes se encuentra cada tarde en la hora de la oración ante el Santísimo Sacramento; también, compañeros de retiro los que reúne cada mes para un día de retiro donde hay tiempo de reflexionar, compartir, orar y cantar juntos; mas tarde, algunos llegarán a ser sus compañeros de misión. También Alfonso ama la vida: en los tiempos libres le gusta jugar a las cartas, adora el teatro y sobre todo la música. Pero no piensa solo en él. Piensa en los demás y muy pronto se compromete en una asociación: primero, la de los jóvenes nobles, después, en agosto de 1715 al tener terminado los grados de la abogacía, entra en la de los doctores. Esta asociación se había asignado como tarea apostólica la visita y la atención de 300 enfermos en el Hospital de los Incurables: “Allí se dirigía varias veces por semana, -escribe el Padre Berruti- y se afanaba en hacer las camas, cambiar la ropa, preparar los remedios, secar las llagas, dar a los enfermos todos los servicios que podían necesitar sin dejarse arrendar por la hediondez, las náuseas o por las groserías de los mismos enfermos. A estos oficios se dedicaba con una alegría espiritual y un tal respeto que visiblemente era Jesucristo a quien servía y honraba en la persona de estos miserables”.


Alfonso abandona el mundo
ante N. S. de la Merced.
Colegiata de Mons, Bélgica
En su profesión de abogado: A los 18 años es un abogado en pleno ejercicio de su profesión realizándola con competencia y conciencia. Pronto su reputación traspasa las fronteras del Reino: se le considera como el mejor abogado de Nápoles. En el año de de 1723 cuando el duque Orsini di Gravina le confía sus intereses contra el gran duque de Toscana, Cosme III de Médicis; nunca ha perdido un proceso. Minuciosamente ha estudiado todos los detalles del expediente: una historia antigua, complicada. Un asunto en el que va de por medio grandes sumas de dinero: cerca de 600 000 ducados, una puesta en juego de enormes cantidades. Su convicción está formada: tiene la certeza, confirmada por la opinión de eminentes juristas, del pleno derecho de su cliente. Lo defiende con una elocuencia y un ardor redoblado. Los adversarios replican en sentido contrario. Al fin el veredicto del tribunal cae sobre Alfonso como una puñalada. El presidente del tribunal aparentemente amigo de Alfonso y su familia, le niega la razón. Infamia brutal: no son los argumentos de la parte contraria los que lo han influenciado. A ese veredicto no fueron ajenos bajas presiones políticas y los más viles sobornos. En suma, en este asunto la amistad ha sido traicionada y el recto derecho, pisoteado. Como un desquite de su más noble indignación, Alfonso deja escapar estas palabras: “¡Mundo, te conozco! Adiós tribunales!”. Sale Alfonso furioso, indignado. De regreso al palacio de su padre se encierra en su cuarto, rechaza visitas y alimento. Al fin, después de tres días, a las llamadas de su madre, abre la puerta. Sale, pero ya es otro hombre. Unos días después, se festeja en la corte el cumpleaños 32 de la emperatriz de Viena, esposa del soberano de las Dos Sicilias, el emperador Carlos VI. En la ciudad el regocijo popular se desborda por doquier. Alfonso esta invitado a la corte. Se niega.

Ayer ha despedido a su clientela; hoy se dirige al Hospital de los Incurables en donde desde hace años lleva a cabo su solícita entrega. Allí el Señor lo espera. Al terminar su servicio con los enfermos, lo rodea una luz y en su corazón se deja escuchar una voz: “¡Alfonso, deja el mundo! ¡Entrégate a mí!”, “Aquí estoy, Señor. Demasiado tiempo he resistido a tu gracia. Haz de mi lo que te plazca”. Y de aquí el joven caballero va a la iglesia de la Redención de los Cautivos, dedicada a Nuestra Señora de la Merced. Después de orar ante la Madonna, el joven Alfonso se entrega enteramente al Señor: para subrayar su compromiso, se levanta, saca su espada de caballero y la deposita en el altar de la Virgen. Era el 29 de Agosto de 1723. Nunca olvidará Alfonso ese día: toda su vida la considerará como el de su gran conversión. Jamás volverá a Nápoles sin hacer una visita a su bienhechora: “Ella es - dirá un día mostrando la imagen de Nuestra Señora de la Merced - quien me libró del mundo y me hizo entrar en el estado eclesiástico”.

Y continuará. Artículo siguente


Tacho de Santa María.

Gracias, Tacho, por esta primera entrega sobre el gran Alfonso de Ligorio. Te agradezco por los lectores y por mi mismo, que tenía grandes lagunas sobre este santo y que creía algunas de esas falsedades que tú señalas e irás despejando en las demás entregas. Es un gusto que escribas aquí y espero no sea la última vez.


Ramón


A 1 de agosto además se celebra a
Beato Juan de Jerusalén, carmelita.
San Pedro "Ad Víncula". 



Bibliografía:
-Taller de Profundización: Espiritualidad Misionera Redentorista. Cap. 13. Julio de 2000. San Luis Potosí, S.L.P. México.
-Espiritualidad Redentorista, Vol. 3. Jean Marie Sègalen. Roma, Italia 1994.

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