domingo, 17 de junio de 2012

La Dolorosa de Izucar, la Virgen que lloró.


Salve Reina hermosa, Salve triste Madre.
Salve Mar de pena, Fuente de piedades
(Canto popular)
El lienzo original.
En la Mixteca Poblana, México, al sur del estado se encuentra la ciudad de Izúcar de Matamoros, rica en tradiciones, costumbres y de un gran fervor religioso. La zona fue evangelizada en el siglo XVI por la Orden de Predicadores o dominicos. Entre los habitantes existe una profunda piedad mariana, manifestada en la devoción a distintas advocaciones y festividades en honor a la Madre de Cristo; entre ellas la Asunción, que es titular de la Parroquia y dos de sus barrios; del Rosario, patrona y devoción extendida por los dominicos, la Guadalupana y muchas más. Destaca la imagen milagrosa de la Dolorosa del Convento Dominico, cuya imagen es objeto de tierna veneración entre los fieles izucareños. 

La imagen.
Es una imagen al óleo que representa en un busto a la Virgen en su título de los Dolores, en una actitud devota y conmovedora. Sobre un fondo claroscuro se destaca la imagen de la Virgen, que lleva un vestido en tenue violeta y manto azul oscuro. La daga perforando el lado del corazón hace a la Virgen volver su rostro hacia el lado opuesto con una angustiosa convulsión. Tres serafines entrecruzando sus alas contemplan a María, y pareciera que participan a su modo de los Dolores de Nuestra Señora. Junto a la figura de la Virgen, aparece una peña que sobre la cual está el pensamiento de la Madre: los tres clavos tintos aún en la sangre de Cristo. Apenas una tenue ráfaga de luz que hace distinguir el bello rostro de María abatido, pero radiante. Tal parece que aquella luz viene como del cielo para alumbrar un poco las tinieblas del dolor por la soledad. La imagen es un cuadro pequeño posiblemente de finales del siglo XVIII o principios del XIX de autor anónimo, pero seguro éste emanaba gran piedad y conocimiento en el arte y distribución de los colores, sabiéndolo plasmar en esta bella imagen mariana. 

El milagro.
En la Ciudad de Izúcar de Matamoros en la última década de la paz porfiriana, vivía una existencia impregnada de hospitalidad y sencillez, en este ambiente donde aconteció el hecho verdaderamente milagroso del cual se dio testimonio los supervivientes que tuvieron la dicha de presenciarlo. En la calle que antiguamente se llamaba “de la Acequia Chiquita” vivían en unos aposentos adjuntos a la casa de Dn. Néstor Torres, una familia pobre de tejedores: Rafael Soriano, su esposa Nazaria Flores, y su hija adolecente, Ana María. En dichos aposentos, dada la pobreza de la familia que no se permitía lujos, todo era muy humilde, había un cuadro de pequeñas dimensiones, que les había obsequiado un tío de Nazaria cuando estaban en Guerrero (posiblemente Tlapa), su tierra natal. 

Reproducción del lienzo milagroso
El cuadro estaba en completo abandono sobre una mesa de rincón sin más adorno que un marco sencillo y deteriorado. Aquel óleo que representaba a María en sus Dolores, y por la inclemencia del tiempo y el descuido de sus dueños estaba un tanto ennegrecido. Pero el cielo tomó cartas en el asunto el 24 de septiembre de 1900, este cuadro de tanta inspiración debía salir del rincón en que se hallaba. Serían las ocho de la mañana, cuando la joven Ana María, se disponía a barrer el aposento donde se encontraba la pintura, mientras su madre se ocupada en otras tareas domésticas cuando repentinamente se oyó un grito de sorpresa que resonó en el humilde hogar: - “Mamá, mamá, ¡la Virgen esta llorando!”. Apresuradamente entró y preguntó su madre: -“¿donde hija mía?". Ana María respondió señalando la imagen de la Dolorosa. Un temor piadoso las embargó. Fuera de sí, salió Nazaria a dar cuenta de ello a Dn. Agustín Verdín vecino suyo y Dña. Luisa Cuevas, quien salió de inmediato acompañada de su pequeña hija de 7 años María, siendo estas las primeras en presenciar el portento después de los dueños.

Efectivamente, dice María Montaño siendo ya una persona adulta: “Yo la vi llorar y estuve ahí desde la primeras horas hasta las seis de la tarde en que me fui a comer. Durante diez minutos que la estuve contemplando, brotaban de sus ojos lágrimas de que se deslizaban lentamente, una lágrima más grueso rodó hasta la parte inferior del marco de la Virgen”. Tanto este testigo, como las demás que la vieron, aseguran -“que no se podía ver este fenómeno sin sentirse movidos a llorar". La piedad transformó en un momento aquel recinto pequeño en santuario de María, escuchándose y recitándose ante ella el santo rosario dirigido por una piadosa profesora llamada Flora Martínez. Después de terminado el rezo siguieron llegando las multitudes trayendo flores y lágrimas de emoción. Los testigos nos dicen que se realizó otra maravilla en la imagen de Nuestra Señora: "los ojos que parecían más verdaderos que dibujados, estaban enrojecidos y como escaldados por el llanto, pero lo que admiró fue que también simultáneamente sudaba la santa imagen. Bañaba su frente un tenue sudor como rocío y en forma de diadema y sobre el labio superior el mismo sudor, semejante al que brota en las personas que han llorado mucho”-Con todo esto, según los testimonios de los presentes, se desvanecía la duda sobre la realidad de las lágrimas del cuadro de la Virgen.
Las lágrimas no se secaron hasta que llegara alguna autoridad eclesiástica que debía juzgar el hecho. Ello hizo que Dn. Agustín Verdín buscara al Sr. Cura Delfino González, que por el momento no se encontraba en la población. En tanto, a nadie se le permitía tocar el venerable cuadro hasta que llegaron los Padres Vicarios Gilberto Roldán y José María López, quienes al principio atribuyeron primero a una alucinación colectiva cuando les referían el hecho de las “lacrimaciones “de la imagen. Cambií su opinión cuando, cerciorándose ellos mismos, vienron lo que pasaba. El Padre Roldán pidió algodones y con el mayor respeto limpio el rostro de la Virgen. La gente lloraba, gritaba y pedía perdón a María Santísima. Algo debía de suceder para que llorara la Madre de Jesús. Salieron los sacerdotes hondamente conmovidos. La noticia eléctricamente se había difundido. Toda la ciudad de Izúcar de Matamoros desfiló hacer guardia de honor a la Virgen Milagrosa.
Siendo las once de la mañana, el prodigio se repitió por segunda vez. La Virgen volvió a sudar y a llorar. “No era compatible que manos pecadoras tocaran el cuadro”, decían las gentes; fue la niña Carmen Ibarra quien respetuosamente enjugó por segunda vez el rostro de la Santa Imagen. Todos los testigos aseguran que el cuadro de la Virgen Dolorosa, hasta entonces ennegrecido, quedó renovado milagrosamente desde aquel día. María Montaño que junto con la joven Ana María Soriano repartían flores a cuantos se acercaban, confiesan que “era imposible describir la gran multitud, sus gemidos y el esfuerzo que hacían por entrar a ver a la Virgen. A las cuatro de la tarde aquello era una verdadera feria, el recinto estaba perfumado con flores y las plegarias que brotaban de los corazones de los fieles”.

El lienzo en su lugar habitual,
la predela del altar del Sagrado Corazón
Al caer la tarde de ese mismo día, llego el Señor Cura de la Parroquia, el Padre Delfino González y seguramente experimentaría los que sentían cuantos entraban: un santo temor y luego una honda conmoción. Lo mismo sintió uno de los que ponían en duda el portento: “y cuando entré –dice- sentí que se erizaban mis cabellos, no acerté a hablar, solo pude rezar”. Como era natural, profunda fue la pena de Rafael y Nazaria al saber que se iban a llevarse su único tesoro. Al fin consintieron no sin dolor y mediante una venta simbólica (esto según algunas versiones) y fuese trasladada la venerada imagen al Templo de Santo Domingo, lo que se hizo por orden del Sr. Cura González a las ocho de la noche. Él mismo llevó personalmente el bendito cuadro y aunque no hizo la procesión con toda la pompa indicada, fue sin embargo muy devota.
Bajo un dosel colocaron a la imagen donde al día siguiente se le honró de un modo especial prometiendo no ofenderla jamás. Aquél día no se habló de otra cosa si no de la “virgen que lloró”. Ffue un día tan especial que recordará siempre la Ciudad de Izúcar de Matamoros. Para honrar tan gloriosa fecha comenzaron a celebrarse los días 21 al 23 de septiembre un solemne triduo y el día 24, se hacía procesión con la imagen de María, y se exponía a la veneración pública en un lugar accesible para que los fieles tuvieran la oportunidad de besar tan preciosa y milagrosa reliquia.

En el Templo del Ex convento de Santo Domingo de Guzmán, ha quedado hasta la fecha el cuadro Milagroso, derramando gracias y beneficios a cuantos la invocan. Los devotos de esta piadosa imagen adornaron su cuadro y altar con multitud de exvotos como símbolos de su gratitud y de los favores que han recibido de Ella, lamentablemente hoy esas muestras visibles de devoción ya no existe o no se exhiben. La Imagen prodigiosa de Nuestra Señora de los Dolores se encuentra ubicada en el altar dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, un tanto abandonada actualmente, aunque es elemento invaluable de la Historia de la Ciudad de Izúcar.
 
"¿Qué hombre no lloraría,
si viese a la Madre de Cristo
en atroz suplicio?
"
(Stabat Mater)

Tacho de Santa María. 

Fuentes:
-Relato Histórico de Nuestra Señora de los Dolores. Párroco Arturo Márquez Aguilar, Izúcar de Matamoros.
- Colaboración del Lic. Noé López García, Miembro de la Guardia de la HH. De Nuestra Señora de la Soledad del Templo de Sto. Domingo, de Izúcar de Matamoros, Puebla. 



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