miércoles, 22 de agosto de 2012

San Bernardo VS la Inmaculada

San Bernardo con la cruz templaria
predica la Cruzada

San Bernardo (20 de agosto) es celebrado como uno de los grandes devotos de la Virgen María; en ocasiones se le pone incluso como paradigma de devoción mariana y por ello, de algunos santos se dice a veces que son unos de los mayores devotos de Nuestra Señora “desde los tiempos de San Bernardo”. El artículo anterior sobre su iconografía nos recuerda la “lactatio” mística como uno de los temas más repetidos en su iconografía. Algunas de las páginas marianas del Santo (especialmente en sus Sermones) son antológicas, como aquella en la que repite: “Mira a la estrella, invoca a María”.

PERO...
Hay una página de San Bernardo que tal vez llame la atención a algunos, espero que nadie por ello se sienta escandalizado. Por ello, antes que nada quiero transcribir las humildes palabras con las que concluye ese texto en las que de alguna forma reconoce el Santo que puede estar equivocado: “Pero cuanto os he dicho lo someto al juicio de alguien más prudente y entendido que yo, principalmente a la autoridad y examen de la Iglesia; y si en algo me separo de su sentir, estoy dispuesto a corregir mi juicio, lo mismo que en todo lo demás”.

Me estoy refiriendo a la “Carta 174”, dentro de las Obras Completas de San Bernardo, dirigida a los Canónigos de Lyon. En la edición bilingüe de la BAC en 8 tomos, se encuentra en el tomo VII (BAC Normal, nº 505, pp. 582-591). En la más antigua edición castellana en 2 tomos se encuentra en el II (BAC Normal, nº 130, pp. 1177-1181).  Esta última edición la fecha en el año 1140.

El argumento es el siguiente: Parece ser que en algunos lugares se estaba introduciendo la fiesta de la Concepción de María y el Cabildo de Lyon había decidido consultar al Santo sobre la oportunidad de celebrar esta fiesta. La respuesta de Bernardo nos puede sorprender. (Nota: pongo entre paréntesis los números de los párrafos de la carta, que voy resumiendo).

(1) Empieza el Santo “dorando la píldora” a los canónigos de Lyon, Iglesia a la que considera digna de alabanza “no sólo por la dignidad de su sede, sino además por su celo intachable y por sus laudables tradiciones”. Recuerda que “nunca se le vio admitir con facilidad innovaciones improvisadas” y por ello se sorprende de que introduzcan “una nueva celebración desconocida en los ritos de la Iglesia, que carece de fundamento y no la recomienda la antigua tradición”.
   
(2) Reconoce que hay que honrar a la Madre de Dios, pero puntualiza que “colmada de verdaderos título honoríficos, no necesita honores falsos”. (3) Admite que aprendió “a tener por santo y festivo el nacimiento de la Virgen, sintiendo firmemente con la Iglesia que recibió en el vientre la gracia de nacer santa”. (4) Recuerda los casos de Jeremías y Juan el Bautista y dice: (5) “Yo pienso que descendería sobre ella una bendición de santificación más plena, que no sólo santificaría su nacimiento, sino que haría también su vida inmune en delante de todo pecado. (…) Fue santo su nacimiento porque la inmensa santidad que salió de su vientre lo santificó”. (6) Pero añade: “¿Qué coherencia tiene pensar que la concepción debe ser también santa porque precedió a su nacimiento santo? (…) Previamente fue concebida privada de la santidad; por eso fue necesario santificarla una vez concebida, para que el parto fuera ya santo. (…) La santidad que se le concedió una vez concebida pudo santificar ciertamente su nacimiento posterior, pero de ninguna manera pudo retrotraerse a la concepción ya realizada”.
San Bernardo y la Virgen.
Relieve de madera. Siglo XVI
(7) Insiste el Abad de Claraval en que “no era posible que fuera santa antes de existir, ya que antes de ser concebida no existía” y cae en considerar vinculada la transmisión del pecado original con el acto generativo humano al afirmar: “¿Cómo pudo estar ausente el pecado donde estuvo presente el placer sensual?”. Para ello, según él, sería necesario afirmar que María “fue concebida no por obra de varón, sino del Espíritu Santo”, lo que con acierto dice que “es inaudito”. El fallo de Bernardo radica pues en su visión negativa de la sexualidad, a la que, como decíamos antes, vincula la transmisión del pecado original: “De ninguna manera pudo ser santificada antes de su concepción, porque no existía, ni en su misma concepción, por el pecado inherente”. (Decimos nosotros: ¿qué pecado hay inherente a la casta relación de unos esposos santos como Joaquín y Ana?).

(8) Afirma categóricamente que “la prerrogativa de una concepción santa se reservaba sólo al único que santificaría a todos. (…) Sólo él fue santo antes de su concepción”. (9) Tras todo esto responde a la cuestión de la celebración de la fiesta en estos términos: “Ante estos argumentos, ¿qué razón puede justificar la fiesta de la Concepción? ¿Cómo es posible, repito, afirmar que es santa una concepción que no es del Espíritu Santo, por no decir que procede del pecado, o cómo podremos celebrar como fiesta lo que no es santo?”. Y no se queda corto el Doctor Melífluo en sus siguientes palabras: “Gustosamente carecerá esta mujer gloriosa de un honor que parece honrar al pecado o conllevar una santidad falsa. Por lo demás, tampoco le agradaría una novedad contraria al rito de la Iglesia, novedad que es madre de la temeridad, hermana de la superstición e hija de la ligereza”.

Añade que sus consultantes deberían “haber consultado antes a la autoridad de la Sede Apostólica, y no haberse adherido con tanta precipitación e imprudencia a la ingenuidad de algunos indocumentados”. Menos mal que los últimos renglones de la carta arreglan un poco el desaguisado; son los que ya hemos transcrito antes de comenzar a resumirla y en los que humildemente se somete al juicio de la Iglesia. No podemos olvidar que lo que en esos momentos la Iglesia no había definido era materia opinable.

Pensemos que en la época de San Bernardo aún no estaba madura teológicamente la cuestión de la Inmaculada Concepción de María, y por ello habían de pasar 714 años de reflexiones y controversias desde que se escribió esta Carta hasta que un Papa, el Beato Pío IX, el 8 de diciembre de 1854 definiera solemnemente que 

La doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles” (Dz 1641).
Por otra parte, lo que tenía claro San Bernardo es la necesidad absoluta que todos tenemos, incluida la Virgen María, de la redención de Jesucristo, y aún no se habían creado términos teológicos como “redención preventiva”. En lo que falla nuestro Santo es en mantener la opinión teológica, común en su tiempo, que vinculaba la transmisión del pecado original con la transmisión de la vida a través del acto sexual y que por tanto habrían tenido que transmitir Joaquín y Ana al concebir a María; al menos no toma en consideración la tradición apócrifa del “abrazo ante la Puerta Dorada de Jerusalén” por medio del cual hubiera sido concebida milagrosamente María.

En cualquier caso, como fiel hijo de la Iglesia y como verdadero devoto de la Virgen, si San Bernardo de Claraval hubiera conocido la evolución posterior de la mariología, habría festejado de todo corazón esa definición dogmática que tuvo lugar siete siglos después de su vida, y habría depuesto totalmente cualquier prejuicio ante la celebración de lo que en su época no era sino una innovación.


P. Ángel Luis Estecha González

7 comentarios:

  1. Hola a todos.
    Me gusta el artículo. Es bueno ver que la Iglesia ha elevado a los altares a hombres y mujeres, hijos de su época y con los pies en la tierra. No se trataron de extraterrestres y mucho menos de ángeles "encarnados". Hombres y mujeres como nosotros, con sus virtudes y sus defectos. ¿Hijos de Dios? SI, ¿hijos de hombres? También. Lo verdaderamente importante es sopesar lo que la Tradición nos ha heredado de la conjugación de diferentes y variadas formas del pensamiento de estos hijos de Dios y de hombres. La Inmaculada, es inmaculada porque nosotros lo creemos así y así lo han creído la mayoría de los cristianos de todos los tiempos. Por lo tanto este varón ilustre, acogido por la Iglesia en sus altares, aunque como hijo de hombre lo haya negado, es evidente que como Hijo de Dios no tiene más remedio que acoger lo que la Iglesia enseña. Por lo tanto estoy convencido,que si san Bernardo fuera hijo de nuestro tiempo (luego de la proclamación del dogma), con todo convencimiento -por amor a Dios y a su Iglesia- loaría a la Virgen María como INMACULADA.
    Dios los bendice.

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    1. Mis respetos, pero «la mayoría de los cristianos de todos los tiempos» nunca creyó este postulado tardío.San Ireneo, San Agustin, San Cipriano, Bariús, San Ambrosio, y San Agustin, en muchos de sus escritos, se manifiestan contrarios a la doctrina de la Inmaculada concepción. Saludos.

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    2. San Cirpiano o San Ireneo no pudieron estar en contra de la Concepción Inmaculada, puesto que en su época ni se planteaba. Y si lo hubieran estado, sería un punto a favor de la Concepción Inmaculada, puesto que se probaría aún más que es una creencia antigua y popular en la Iglesia.

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  2. Magister Ramón, en alguna ocasión lei sobre este asunto un articulo, en el cual se refería una tradición popular que decía que San Bernardo estaba en el cielo con su túnica blanca, pero con una mancha negra, por no haber aceptado este privilegio mariano. Cosas populares, pues.

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  3. Consulta. ¿Por qué la Iglesia Romana no toma en cuenta la tradición antigua para abdicar de la devoción a Maria, pero considera tan relevante los postulados de Pío IX? Saludos

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    1. Será porque la "tradición antigua" demuestra con creces que la devoción mariana es parte intrínseca e indisoluble del misterio cristiano. Es parte esencial de la fe cristiana. Es que son lo mismo, vamos.

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  4. El opositor primero contra San Bernardo,es el Doctor Querúbico San Pedro Pascual O DE M. Y después el Doctor Sutil Escotto

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